Hace poco
tuve un encargo para hacer, la persona en cuestión quería un boceto “a lápiz” de
lo que iba a ser la obra final. Una vez hecho el mismo (y pintado con crayón)
me puse a pensar en qué pensaría la persona que lo encargó, que pensaría del
boceto en si, y me di cuenta que no iba a entender nada de lo que yo había querido
“decir”, y la palabra “decir” va entre comillas porque con la pintura uno desea
trasmitir más que otra cosa sentimientos, emociones; cosas de las cuales se
debe prescindir si de lo que se trata es de comunicar un determinado
pensamiento, como en este caso.
Por esa
situación que viví, y el hecho mismo del bocetar me hizo pensar: ¿Cómo ve la
gente la vida?.
Veran,
por un lado la realidad nos indica (y de una manera muy pragmática) que el semáforo
puede estar en rojo para parar, en verde para avanzar o en amarillo para no
saber que carajo hacer; es fácil, el rojo, el verde, el amarillo… ¿Pero cómo
podemos hacer para trasmitir un pensamiento cuando todo lo que nos rodea nos
vino dado desde el momento de nuestro nacimiento? Estamos en un mundo en el
cual hemos caído “del cielo” y hemos tenido que aprenderlo, estudiarlo y
memorizarlo; memorizarlo sobre todo.
Entonces
yo te digo: “- y aca va rojo, y en esta parte va amarillo, pero entre esos dos
colores va un degradé de sus tonos… y el azul para los pies… y el verde para el
pasto”. Y lo que vos te imaginas es una especie de libro de colorear con bordes
negros, con las respectivas partes señaladas del color correspondiente (aunque
no podes sacarte la textura del crayón de la mente); y donde en definitiva te
llega el mensaje, pero entrecortado (como en clave Morse).
Y ahora,
después de mi amplia descripción de lo que voy a hacer en mi esquemita hecho a lápiz,
del cual vos dedujiste y redujiste perfectamente a un impecable semáforo “- acá
va rojo, acá amarillo…”, y del cual inevitablemente no entendes nada (porque no
es tu labor entenderlo, sino el mío de explicártelo); llegamos a un punto
muerto.
Yo puedo
mostrarte todas las grandes y geniales cosas que he hecho, y tratar de
conformarte de que efectivamente sé lo que estoy haciendo. Y vos podrás confiar
en mí. O simplemente lo que harás será confiar a mitades, tratando de rellenar
la otra mitad con auto explicaciones de las del tipo: “todo va a estar bien”.
Después
de todo lo dicho lamentablemente creo, que no he logrado decir lo que quería decir.
La realidad
del mundo nos viene dada, la aceptamos. Luego viene este “artista” a decirnos
que la realidad tiene tantos e infinitos matices, a lo cual las personas
reaccionan con un desanimado “si, te entiendo”. Cuando en realidad no entienden
nada.
Ya que
el pintor no es un retratista de realidades, así como el músico no trasmite los
ruidos de la naturaleza. Tomamos lo que nos es dado y lo miramos, pero no solo
lo miramos, lo vemos! Y ahí es donde se descubre que el rojo del semáforo está
compuesto de un montón de puntitos más pequeños, y que si pudiéramos meter
puntitos amarillos entre medio de esos lograríamos que el semáforo fuera
naranja. Si lo sé, ¿a quién le importa los semáforos y sus benditos puntitos
no? Quizá algún ávido observado de aves lo haya notado, o simplemente soy yo,
que no puedo explicar por qué el boceto se ve como se ve, y no refleja lo que
va a ser.
En el
fondo y en definitiva, nunca podré prestar mi cabeza para que los demás puedan
ver el mundo como lo veo yo. Pero creo firmemente (y me conviene creer), que
aunque no pueda prestar ni mi cabeza ni mis ojos, siempre estará mi obra para
hablar por sí misma, y por mi también (por suerte).
Acá les dejo un pequeño ejemplijirijillo de lo que intento decir:
Boceto
Pintura final
Para pensar no?
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